"Western de madrugada"
- davidoq
- 12 oct 2016
- 4 Min. de lectura
La escena se presenta en el interior de un salón del viejo oeste. En su interior todos los presentes están muertos. Todos menos uno. En el suelo, sentado contra la pared un último pistolero permanece todavía con vida. Absorto en su revolver, el pistolero juega con el tambor de su arma, una y otra vez, una y otra vez. Parece como si no fuera consciente del infierno que se ha desatado a su alrededor. De pronto el traqueteo de su arma se detiene. Su mirada sigue fija en su revolver. El arma aún sigue caliente. Siempre le ha gustado el tacto de su arma justo después de disparar, el olor a pólvora que deja en el ambiente, el silbido de la bala rasgando el aire... el sonido que hace cuando por fin da en el blanco y atraviesa la carne. Para él era una experiencia indescriptible; y esa había sido una gran noche. La sangre que se extendía a su alrededor parecía haberlo esquivado, como si la mano del diablo, protegiendo a su servidor, la hubiese apartado de su camino.
Coge su sombrero sin dejar de sostener su arma. Sabe que todavía tiene un último papel que representar esa noche, y pretende sacar hasta la última alabanza del público. Se levanta con la tranquilidad característica de aquellos que saben que el mundo se mueve a su paso. No hay prisa. Nadie entrará por esa puerta e intentará hacerse el héroe. De pocas cosas esta más seguro que de esa. Avanza hacia las los baños. Paso a paso su vista permanece fija en su objetivo. No hay razón por la que deba desviarla. Sabe donde esta su presa. Lo sabe muy bien. Las ratas huyen a esconderse cuando se ven en algún peligro, pero el es experto en encontrar ratas y hacerlas salir.
Esta frente a la puerta. Sabe que esta ahí. Y sabe que esta desarmado. Pagara pronto su imprudencia. Abre la puerta. Hay alguien dentro, agazapado bajo el lavabo. Teme incluso mirarle. Cualquier provocación hará que le mate piensa. Pierde el tiempo, no es a quien busca. Le hace gestos con el arma para que se vaya. Abandona la estancia sin ni siquiera levantar la cabeza sollozando entre dientes "Gracias, gracias, gracias...". Lo ignora. Ni una mirada malgasta. Lo habría matado de haber podido piensa. De haber tenido tan solo una mísera bala lo hubiese echo. No era cierto, él no mataba caprichosamente, solo a quien lo merecía. Es el héroe de la historia después de todo.
Una por una, va derribando las puertas de cada una de las letrinas. Una por una, va descubriendo espacios vacíos. Una por una, hasta que ya solo queda la última. Es la puerta ganadora. Tras ella se encuentra el gran premio: su rata. Se hace un silencio espectral. Recuerden que no le queda bala alguna en su revolver, pero su rata no lo sabe, y piensa aprovechase de su desconocimiento. Su sombra se filtra bajo la puerta, su presa cierra los ojos, es incapaz de soportar la espera. Al fin la puerta se desmorona. Un solo golpe y las bisagras ceden de sus anclajes. Sus sollozos aumentan. Apenas se entienden sus palabras entre tanto balbuceo "Te daré dinero. Todo el mundo quiere dinero. Te pagare lo que quieras...". Se ha equivocado de hombre. Nuestro héroe no es una de esas personas que se dejen comprar por unas simples monedas. "Tengo oro... mucho oro. Y es tuyo". Sus palabras se vuelven sordas al ver que su verdugo esta decidido y no piensa cesar en su empeño.
...
La calle tiene mil ojos. Mil ojos impasibles, mil ojos petrificados... De la puerta del salón hacia afuera se precipita la presa seguida de su cazador. Se aleja arrastrándose marcha atrás, sin siquiera levantarse del suelo. Se le acerca cada vez más. Esta tan solo a cuatro pasos, tres pasos, dos pasos, uno... Pasa de largo. El forajido se dirige hacia uno de los caballos que hay apostados en el abrevadero y desliza sus manos sobre una de las cuerdas que allí reposan. No se molesta en vigilar a su rata. Sabe que no se moverá. Está petrificada por el miedo.
Enrolla un extremo de la cuerda en una mano y repite la acción en la otra, a continuación tira de ella. Debe comprobar que se trata de una buena cuerda. "Sería vergonzoso que se rompiese en plena faena", piensa para si. Su presa sigue quieta. Su voz se ha roto. Es como si supiese lo que estaba a punto de pasar. Ata sus muñecas. Bien fuerte. Que no se suelte. No se resiste. Lo arrastra.
-¿Cual es su caballo?
Un simple gesto de cabeza acompaña a sus palabras, unas palabras sin fuerza, que se resisten a salir de sus labios.
-El blanco...
-Buen caballo.- Se acerca al animal. Lo acaricia suavemente mientras coge su cabeza entre sus manos.- Muy bonito.
Los heroes de verdad son amantes de los animales, y ese era un buen animal. Coge el extremo libre de la soga y lo ata con cuidado a la silla de montar. Los héroes tampoco dañan a los animales, eso sería algo que jamás se perdonaría nuestro protagonista.
-Sabias que si a un perro le lanzas un hueso ese perro permanecerá fiel a ti toda la vida... Comprobemos si has dado suficientes huesos a este caballo.- Y diciendo esto golpeo a solemne animal en los cuartos traseros, saliendo este corriendo y llevándose consigo a su viejo dueño.
A nuestro héroe ya solo le quedaba abandonar el pueblo entre miradas de terror e impotencia. Nadie saldría a su encuentro. Nadie a pesar de que ya no le quedaban balas. Nadie a pesar de que, si no fuese por que estaba sujeto a su caballo, se desplomaría en el acto.
Esa noche más de uno afirmaría haber estado en presencia del mismo diablo, más de uno habría jurado que nadie ni nada hubiesen podido matarlo. Lo que ellos no sabían entonces y yo si se ahora, es que nuestro héroe murió aquella noche. Al final su compasión fue su perdición. Y aquel muchacho que se agazapaba tras el lavabo su verdugo.
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