







Día 1: Miedos
Cuando eras pequeño oías historias. Historias de seres, seres que habitaban en la oscuridad. Eran criaturas carroñeras, parasitos que se alimentaban de tu miedo. Las tinieblas eran toda tu vida, todo tu mundo. Tú no tenías nada, tan solo una luz, una luz muy pequeña, una luz minúscula, una luz para enfrentarlas, para luchar contra ellas. Podría no ser la luz más grande, ni la que más brillaba, pero esa luz era tuya, era tu luz, la que te guiaba, la que te custodiaba. Sabías que a su lado estarías a salvo. Nada podría pasarte. Serías invencible.
Pero creciste, creciste y olvidaste. Esas historias, esos miedos, se fueron borrando. Decidiste negarlas. Sangraste así a tu diario. Arrancaste sus páginas, páginas de tu infancia, páginas de tus miedos. Hiciste que tu luz se apagara. Creíste que la oscuridad ya nunca más sería tu dueña. Que jamás sería tu señora. Te dejaste engañar. Te dejaste embaucar. Fuiste un necio. El mundo te hizo creer que no había nada a que temer. Ahora sabes, cosa que antes negabas, que el hombre del saco esta aquí. Habita en ti, en tus miedos, en tus sueños, pronto abandonará la oscuridad, pronto vendrá por ti.
Él vendrá por ti.
Vendrá por ti, porque un día dejaste de creer.
Y ya nada podrá salvarte.
Día 2: Encierro
La puerta de tú cuarto ya no se abre, no puedes salir, él no puede entrar. Atados el uno al otro. Aquí seguimos. Aquí esperamos. ¡Mísero cobarde! Temes lo que hay al otro lado. Temes que no lo puedas soportar. ¿Cuando te has vuelto tan cobarde? Antes no eras así. Presumías de independencia, porque nunca estabas solo. Pero ahora lo estas, y lloras. ¿Por qué no abres la puerta? ¿A quién temes? Ya no queda nadie. Nadie que te juzgue, nadie que te mienta, nadie que te prometa cosas que jamás cumplirá.
Antes temías la oscuridad pero ahora también la luz. ¿Qué diría Platón de todo esto? Deberías saberlo, tú lo sabes todo. Explícame entonces porque lloras. Llorar no sirve de nada. No tienes valor para continuar, tampoco lo tienes para aguantar. Que sencillo acabar con todo. Pobre inútil. El mundo ya te ha olvidado, pero te niegas a verlo. A nadie le importas ya. No queda nadie. Pero como vas a saberlo tú. Pobre recluso. Tu mundo son ocho metros cuadrados. Alza tu mano y abre esa puerta. Alza tu mano y acaba de una vez por todas con esto.
No haces nada. Quedándote ahí quieto todo pasará, se olvidará. Vuelve a la realidad. Deja de soñar. Ojalá solo fuese un sueño. Pobre idiota. La oscuridad te mece. La oscuridad te toma. Conoces sus brazos. Te son familiares. Son brazos de madre, son brazos de padre. Pero te engañas. La oscuridad no es buena madre. Siempre exigiendo. Siempre queriendo más. Pronto exigirá tu corazón. Pobre ingenuo. Y tú, se lo acabaras dando. Se lo acabarás dando todo. Incluso tu vida.
Y no lucharás.
Pobre cobarde.
Ya no te queda nada.
Día 3: Prisión
Conoces las puertas del infierno. Desconoces si de entrada o de salida. Temes la respuesta. Temes incluso la pregunta. Buñuel describió muy bien lo que sientes, lo llamó El ángel exterminador. Tan sencillo el abrirlas, y a la vez tan difícil. ¿Por qué te torturas así? Tan solo fantasmas habitan al otro lado. Meros recuerdos. Tu pasado. Quien diría viéndote que has tenido un pasado. Quien diría viéndote que tienes un futuro. Tú que solo lloras presente.
Abre la puerta y sal de tu infierno. Abre la puerta y se libre. Enfréntate a tus miedos. Es el momento de salir. Es el momento de ser valiente. En tu encierro ya solo queda el dolor y la perdida. Crees haber visto como todos morían. Pero te engañas. Tú no has visto nada. Crees haber oído como gritaban. Pero te mientes. Tú no has oído nada. Crees en eso porque otros te lo han dicho. Porque otros te lo han contado. ¿Pero acaso debes creerlos? Ellos que te han abandonado. Ahí fuera ya no queda nada. Ahí fuera ya no queda nadie. Sal, sal y vive.
La puerta te impidió ver lo que otros te contaron. Ella que rompe tu realidad. Ella que cierra tu mundo. Fuiste un cobarde, lo sabes. Los abandonaste. Decidiste no acompañarlos. Ahora estas solo. Te preguntas: ¿volverán por ti? ¿tardarán mucho? Pero en el fondo lo sabes. Sabes que nadie volvería por un cobarde, un cobarde como tú. Y menos aún después de haberles renegado. Te quedaste quieto, sentado en ese rincón, rincón en el que ahora te hayas. No hiciste nada. Solo observaste. Solo miraste. Quieto, sin moverte. Ellos la enfrontaron. Juntos la abrieron. Juntos abandonaron vuestro mundo. Ya nunca más vuestro, ahora todo tuyo. Tu mundo. Te cuesta mirarla. Mirar a tu enemiga. Ella se los llevó. Tras ella desaparecieron. Ella negó tus recuerdos. Negó tu vida. Con ellos se fue todo. ¿Recuerdas acaso sus rostros? ¿Recuerdas acaso sus voces? ¿Por qué los lloras entonces? Tres días han pasado. Tres días, una vida. Tres días, una eternidad.
Atado a tu hechizo, a tu maldición. Jamás abandonaras tu prisión. De veras sientes que volverán. De veras sientes que todo acabará bien. Los cuentos de hadas no existen. Menos en ocho metros cuadrados. Ocho metros no albergan finales felices. Ocho metros albergan muerte. Deberías saberlo. Sal al mundo. Derriba tus muros, y con ellos las puertas de tu encierro.
Nada puede ser peor que esto.
Nada te espera aquí dentro.
Nada.
Día 4: Adicto
No estas solo. Tu pesar te acompaña. Tus dudas y tus miedos no te dejan en paz. Despierta de tu largo letargo. Despierta de tu dulce sueño Bella Durmiente...
¿Oyes eso? Tú que vas a oír. Son los sollozos del silencio. ¿Como dices? Música. ¿Música? No hay espacio aquí para ella. Acordes de muerte. Un requiem por tu alma quizá. Los sonidos de tu tumba que... ¡Espera un momento! Si es música. Serán ilusiones. Tu hechizo debe contagiarse a mi razón. Tu encierro me afecta. Tu encierro me enloquece. Ya somos dos dementes entre estas cuatro paredes. Se vuelve más intensa. Se vuelve más clara. ¡Basta ya! Ese sonido me perturba. Me taladra. Sigue aumentando... Quien me tortura... Que pare... Todo esto es un engaño. Buscas mi locura. ¡No lo conseguirás! Detente. ¡Ya bastaaaaaa!
Pretendes acallar mi voz. Pero no lo permitiré. Yo soy tú y tú eres yo, recuerdas. No existo sin ti y tú tampoco sin mi. ¡Páralo ya! Reflexiona. Si me voy estarás solo. Sin mi no te quedará nada. Te engañas creyendo que así serás más fuerte. Te engañas creyendo que sin mi serás feliz. Yo no te ato, tú mismo te aprisionas. Me necesitas. Tú me necesitas... ¿Qué es eso? Silencio. Escucha. Se acallan los tambores. Se silencian las trompetas. La música cesa. Se detiene. Me habías asustado. Somos uno, recuerdas. Eso debe seguir siendo así. Así somos fuertes. Así somos uno. Ilimitados. Infinitos.
Solo yo te quedo.
Solo yo te conozco.
Solo yo se lo que es mejor para ti.
Día 5: Francis
Recuerdas esa pintura. ¿De quién era? Era aterradora. Te acuerdas. No podías dejar de mirarla. Tus ojos estaban perdidos, se podía ver en ellos su inmensidad. No se como podía gustarte. Quisiste pegarla en la pared de tu cuarto: la adorabas. Tus padres no te dejaron. Dijeron que era deprimente. Esas fueron sus palabras. DE-PRI-MEN-TE. Te enfadaste. Dijiste que en tu cuarto decidías tú. Diste un portazo. Conversación acabada. Aún así no la colgaste.
Ahora que ya no tienes nadie que te lo impida, ahí está. Colgada en la penumbra. Ni siquiera se ve. Pero tu sabes que está ahí. Y eso es lo que importa. La recuerdas perfectamente. Recuerdas incluso ese pequeño fallo de impresión, imperceptible a primera vista, pero que tú descubriste en apenas segundos. Recuerdas esa esquina, pegada con celo, que torpemente arreglaste. Las prisas no son buenas consejeras. Deberías haberte tomado más tiempo al arrancarla. Ahora ya es tarde, y para no olvidarlo, ese desgarro te lo recordará siempre.
Estabas nervioso aquel día. Tu vehemencia te traicionó. No podías echar las culpas a las tinieblas. El descuido era tuyo. Todavía no habíais tapiado las ventanas, la luz del exterior entraba invitada. Ni siquiera sabias lo que pasaba. Entonces solo erais dos. Toda la casa era vuestra. Tu mundo, hoy ocho metros cuadrados. Entonces doce veces más grande. Aún así te sentías prisionero. Te sentías esclavo. Lo recuerdas. Yo no llegara. Las noticias no decían nada. Un simple "permanezcan en sus casas". Eso era todo. Fue cuando escuchaste esas dos palabras. Sonaron en tus oídos. Retumbaron en tu cabeza. Debían ser palabras serias. Debían ser palabras duras. Lo supiste por la cara de él. Dos palabras que borraron su alegría. Dos palabras que se llevaron lo que le quedaba de vida. Ni sabías que palabras tan malas pudiesen existir. ¿Qué estaba pasando? Le preguntaste que significaba eso. No dijo nada. Esperaste sentado. "Di algo por favor" suplicaste. "¿Qué es lo que pasa?" No sabias nada. Esperaste que alguien lo explicase. Esperaste en balde. Las noticias se apagaron. Esperaste que pasase algo. No paso nada. Él lo sabía. Era indudable. Lo sabía. No decía nada.
Entonces tú colgaste el cuadro. Estabas nervioso y por eso se rompió. ¡Ya lo recuerdo! Francis Bacon. Ese era su nombre. Los nombres eran lo tuyo. Olvidar era lo mío. A él tampoco le gustaba. Pero tú te negaste a quitarlo. Aún cuando supisteis lo que pasaba. Aún cuando él dijo a lo que le recordaba. Discutisteis por ello. Pero ahí permaneció. Durante días no os hablasteis. Culpa de Francis Bacon. Culpa de tus manías. Jamás lo entenderé. Ni yo ni nadie. Al final fue él el que te habló. Decidió hacer como si nada. Casi pierdes a tu amigo. Casi pierdes a tu hermano. ¿Mereció la pena? ¿La mereció? Ni siquiera lo pensaste. Más fiel al cuadro que a tu amigo. Él que tantas veces te salvó.
Me das vergüenza.
Me das pena.
Acabarás solo.
Día 6: Él
Café, él siempre tomaba café. A ti no te gustaba nada. Te amargaba su sabor. Te amargaba su olor. Te amargaba hasta pensar en el. Pero te encantaba que él lo tomase. Te encantaba todo lo que él hacía. No lo niegues. Te habías enamorado de él, sin darte cuenta. Así de sencillo. Así de fácil. Te dirigen dos palabras, son amables contigo, y ya caes rendido a sus pies. Te dedicaba una sonrisa y ya estabas pensando en como ganarte la siguiente. Pero cada vez sonreía menos. Y eso te dolía. Sonrisas que iluminaban tu vida, ya no iluminaban ni la habitación. Pronto dejó de hablar. Tú tampoco sabías que decir. Os quedabais sentados viendo la niebla, viendo noticias que nunca llegaban. Esperabais. Que sino ibais a hacer. Solo esperabais. Habríais dado cualquier cosa porque dijesen que pasaba. Pero nadie decía nada. Nadie se molestó en explicar nada. Os sentisteis solos. Os sentisteis abandonados.
Aquella mañana te despertaste tarde. Olor a café. Lo oliste como si fuese la primera vez. Lo oliste como si fuese algo nuevo. Te levantaste. Te fuiste a indagar. ¿Por qué esa mañana? ¿Por qué era diferente? ¿Por qué te sentías diferente? Algo había pasado. Al llegar a la cocina lo viste, al llegar a la cocina él ya estaba allí. Sonreía, estaba sonriendo por ti. "Que haces despierto" te dijo, "te iba a llamar ahora", continuó sin dejar de sonreír. Había preparado el desayuno. Era para ti. Te preguntaste porque sonreía. Que había cambiado, te repetías sin cesar. No lo supiste entonces, pero se sacrificaba por ti. Se estaba mintiendo con esa sonrisa. No soportaba verte triste. Y funcionó. Tú también empezaste a sonreír. Desayunasteis y hablasteis. Hablasteis de verdad. Ya ni recordabas lo que era eso. Hablar con alguien, hablar de cualquier cosa, hablar sin preocupaciones. Acabasteis de desayunar y nadie recogió, ya nadie recogía la mesa, "estaba de moda", decía él, y volvía a sonreír. Podría haberte convencido de cualquier cosa, solo necesitaba su sonrisa, aquella sonrisa.
(De vuelta en el salón) Temiste que todo acabase, que volviese a ser como antes, que volviese la preocupación y el miedo. Pero él no dejó que pasase. Se apoderó del mando, le sacudió polvo, y apagó el televisor. Y si con eso no llegaba lo desenchufó. "Este programa se repite", soltó mientras se sentaba, mientras se sentaba a tu lado. La sonrisa que te mostró te destrozó. Tu corazón ya no latía. Tu corazón gritaba. Gritaba su nombre. Te hubieses lanzado sobre él, en ese mismo instante. Lo hubieses hecho. Sin duda. Sin pensar en nada. Sin pensar en nada salvo en él. Pero llegaste tarde, él se adelantó. Te cogió de la mano. ¿Qué estaba pasando? Era un sueño. Parecía tan real. No, no lo era, no podía ser un sueño, pero si lo era no querías despertar. Pero despertaste. Lo que dijo entonces te haría despertar. Lo que dijo entonces... Crueles palabras. Crueles sentimientos. "Me alegro de que seamos amigos". Amigos. Eso eras para él. Su amigo. Solo eso. Te destrozaron sus palabras. Te hundieron en lo más profundo. Y por un segundo, solo un segundo, él lo leyó, lo leyó en tus ojos. Unos ojos que lo hubiesen confesado todo. Pero tu te negaste, tu sonreíste. No se de donde sacaste fuerzas, pero sonreíste. No dejarías que leyese tu tristeza. No dejarías que leyese tu humillación. No querías que supiese, todo lo que... No, no lo permitirías. No era su culpa, no debías hacerle pagar por ello. Solo un "yo también" para luego quedarte callado. Fuiste un cobarde. Pero no te arrepientes. No querías perderlo. Preferiste callar lo que sentías. Ahora ya no está. Lo perdiste igualmente y jamás sabrá... jamás sabrá lo que sentías.
Tu única oportunidad voló.
Tu felicidad se fue con él.
Solo te queda el recuerdo de todas esas sonrisas,
sonrisas que fueron tuyas y de nadie más,
nadie jamás te robará eso.
Día 7: Ella
Empezaste a olvidar como nacían los días. Empezaste a olvidar como morían. Ya ni siquiera sabias cuando era, como era... y hubieses jurado más de una vez que, tampoco donde era. Apenas recordabas ya tu propia casa. No la recocías en la oscuridad. No la reconocías a la luz de las velas. No la reconocías salvo por él. Él, que seguía ahí a tu lado. Él que nunca te abandonaría. Ya ves que te equivocaste en eso. Y no solo en eso. Te equivocaste en todo. Os cerrasteis al mundo tras todo lo que encontrasteis. Tapiasteis puertas, ventanas, todo para que nadie entrase, todo para que nadie saliese. Temíais el mundo de fuera. Temíais lo que allí habitaba. Él te animó a que lo temieses todo. Un trueno ya no era tan solo un trueno, él te enseño que eran ellos. Los sonidos de la noche sus pasos. La lluvia sus llantos. Siempre ellos. ¿Pero quienes eran ellos? Que te importaba. "Ellos" era tu excusa para estar solos. "Ellos" era tu excusa para estar juntos.
La luz dejó de estar invitada al interior. Se le negó el paso. Se le rescindió el contrato. La vida se marchitó en vuestros ojos. Pero no podíais verlo. Una vela es insuficiente para revelar los secretos del corazón. Pero tú eras feliz, eras feliz mientras él estuviese ahí. Y eso sería siempre. Te asegurarías de ello. Los muros se asegurarían de ello. Las puertas tapiadas se asegurarían de ello. No podías estar más seguro de que así sería, confiabas en su firmeza, en su impasividad, en su eterna clausura. Juntos por siempre.
Ahí guardaríais las horas.
Los días.
Y vuestra vidas.
Por un momento lo olvidaba. Imperdonable. Sacrílego. Olvidarme de lo más importante. Olvidarme de ella. Nada hubiese pasado si no hubiese sido por ella. "Ella". Así la llamabas. Nunca te aprendiste su nombre. Era tu rival. Tu enemiga. ¿Como había podido olvidarme de ella? Querías borrarla. Eliminarla de tus recuerdos. Pero todavía la recuerdo... y lo que es mejor, recuerdo lo que te hizo.
Día 8: Cassettes y cintas de video
Fuiste capaz de olvidarlo todo. Te fue fácil. Tú solo querías estar con él. Cerrabas los ojos, escuchabas su voz, eras feliz. Con que poco te contentabas entonces. Vuestro encierro era ahora vuestro mundo. Descubristeis que olvidar era posible. Os inventasteis juegos, eso ayudaba. Acampabais en el salón, era vuestro jardín. Mirabais la luna y las estrellas, os las imaginabais, las inventabais. Decía que si te concentrabas, tu mente, podía atravesar paredes, podía volar... podía sentir. Un día no pudiste verlas, un día tampoco pudiste sentirlas. Él las dibujo. Cogió un boli, el más bonito que encontró, azul turquesa, su color, y las pintó para ti. Tú te perdías en ellas, te hacían volar. Te sentías infinito. Te sentías invencible. Le cogiste de la mano. Él no se apartó. ¡Él no se apartó! Te agarró más fuerte. Tu corazón latía a mil. ¿Qué estaba pasando? No iba a soltarte nunca. Por un momento, por un instante, tu mente abandonó tu cuerpo. Os veíais a los dos juntos desde arriba. Te veías a ti junto a él. Sentiste que tú solo llenabas toda la habitación... Entonces volviste. Volviste a tu cuerpo. Volviste a verlo todo como antes. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué hacía encima de ti? Se acercaba. No sabías que hacer, no sabías donde meterte, te habías empalmado. Se acercó más. Sentiste miedo. Se daría cuenta. Cerraste los ojos. No te moviste. Estabas todo rojo. "Abre la boca" susurró. Hiciste caso. Chico obediente. "Tranquilo". Se había dado cuenta, lo había sentido, tú también lo habías sentido. Rezaste por no correrte. "No tengas miedo". Sabía que era tu primera vez. Sabía como debías sentirte. Sentías su aliento en tu boca, su cuerpo en tu cuerpo... Y por fin sus labios contra los tuyos. Tu primer beso. El más dulce. El más tierno. El más tuyo. Parecía saber exactamente lo que hacer. Parecía saber exactamente como hacerlo. Un escalofrío recorrió tu cuerpo. ¡Mierda! ¿Por qué ahora? ¿Por qué con él? ¿Qué iba a pensar? Apartaste la cara. Se alejó. No querías mirarle. "Tan mal lo he hecho. ¿No te ha gustado?" Seguías sin mirarlo. No sabías que decirle. "Por favor mírame". Te giraste hacia a él. Seguías con los ojos cerrados. "Mírame". Los abriste. Estaba justo ahí, en frente de ti. Apenas unos centímetros. Estaba llorando. ¿Por qué estaba llorando? "Soy un tonto. Creí que...". Lo callaste. No querías que dijese nada más. Como iba a creer que no lo deseabas. Como iba a creer que no lo querías. Le explicaste lo que pasaba. Se rió. Debía ser muy gracioso. Te sentó mal. "No seas tonto. Es normal". ¡Normal! Como si lo que acababa de pasar entre vosotros hubiese sido solo normal... Que asco, estabas mojado. Mojado y avergonzado. Te miró. Lo miraste. Sentiste que todo iba a salir bien. Tenía ese don. Solo él conseguía hacer que nada importase. Tenía razón. Estas cosas pasaban. Era normal. Solo significaba que lo deseabas, tanto que tu cuerpo no pudo mentir. Soltó tu mano. Pensaste que se iría, que se marcharía. No se movió. Seguía encima de ti. Llevó su mano a través de tu cuerpo. Cada vez más abajo. Rozaba tu pecho con sus caricias. Jugaba con tu vello. Parecía encantarle que estuviese ahí. No era él único. Siguió bajando. Parecía que tu cuerpo no tenía fronteras, no para él. Llegó a tu ombligo. Lo rodeó suavemente con su dedo. Te estremeciste. Se te escapó un gemido. Lo oyó. Por un momento se paro. No querías que parase. Te dedicó una mirada. Te mordiste el labio. No querías que se te escapase un gemido aun mayor. Te daba vergüenza. Deseabas que continuase. Volvió a bajar su mirada. Te olvidaste de su mano. Seguía bajando. Iba a por tu entrepierna. Le quedaba poco. Apenas nada. Un instante. Tan solo un suspiro. Quería comprobarlo, quería comprobar cuanto lo deseabas... Su mano se posó por fin, se humedeció, se empapó de ti. Podía sentirlo. No parecía importarle. Parecía gustarle. "Si que te has emocionado" rió. Con esa sonrisa nunca podrías negarle nada. Te hubiese robado todos los te quiero del mundo. Todos menos aquel, aquel que era el primero, aquel que nunca olvidarías, que siempre guardarías... porque te lo había dedicado él a ti.
Era tuyo para siempre.
Era tuyo por siempre.
"Te quierooooooooo"
Día 9: Navidad
Que rápido te acostumbraste a su cuerpo, a despertarte a su lado. Te quedabas mirándolo largo tiempo, recorriendo todo su ser, centímetro a centímetro, palmo a palmo. Podrías haber dibujado un mapa de su cuerpo, cada peca, cada lunar, cada cicatriz... Te fascinaban sus cicatrices. No hacías más que preguntarle cual era su historia. Adorabas que te contase sus batallitas. Él se hacía el dormido mientras tú seguías recorriéndolo. Le gustaban esos momentos en los que los dos estabais despiertos pero nadie decía nada. Podíais pasar así horas. Daba igual que te estuvieses meando o se te estuviese durmiendo todo el cuerpo, hubieses aguantado lo que fuese por no moverte de su lado. Jurarías que a él le pasaba lo mismo. Era horrible tener que mentir diciendo que no tenias hambre, sobre todo cuando te rugían las tripas, tanto que no podía seguir haciéndose el dormido. Era imposible no despertarse con semejante ruido. "Buenos días" te decía. "Parece que tienes hambre. ¿Desayunamos?" Le respondías que preferías seguir así un rato más, que no tenías tantas ganas de comer. Que gran mentira, hubieses corrido a la cocina en ese instante. Te ataba esa cama, te ataba él. Sobre todo te ataba él.
"Estas temblando. ¿Te encuentras bien?" Tenías algo de frío. El invierno se había adelantado. "Creo que podemos solucionar eso". Decía mientras te rodeaba con sus brazos. Él también estaba helado. Ibais a tener que hacer un gran esfuerzo por entrar en calor. Se quitó los calcetines. Decía que le agobiaban. Así tendría más frío pensaste. Los lanzo lejos y volvió a acurrucarse a tu lado. Parecía algo inquieto, más de lo habitual. "Ayudarme". Cogió tu mano. Tus dos manos, y las guió hacia su ropa interior. Los calcetines no eran lo único que le agobiaba. "Ayudarme a quitármelos". Te temblaban las manos pero obedeciste. Lo sentiste en tus manos. Podías notar como iba creciendo poco a poco. No acertabas a bajárselos. Estabas nervioso. Lo seguiste intentando. Por fin se los dabas bajado. Te dispusiste a quitárselos, pero no dejó que tus manos abandonasen su nuevo cometido. "Ya me los acabo de quitar yo... Agárralo con las dos manos". Lo miraste, obedeciste. Estaba depilado. ¿Cuando se había depilado? Te gustaba. Sobre todo porque lo había hecho por ti. "Tienes las manos heladas". Lo soltaste. "Tranquilo, no pares". Seguiste. Quisiste quitarte tu también los calzoncillos. Te sentías atrapado en ellos. "Ya te ayudo yo. Tú sigue". Te apartaste. Dijiste que ya lo hacías tú. "No tengas miedo por correrte. No pasa nada. Si te corres volvemos a intentarlo y listo". Paraste, le dejaste que te los quitase. Te toco, le tocaste. Sentíais como fuego dentro de ti. Te beso. Te beso en la boca. Te beso en el cuello. Te beso en... todas partes. Seguía bajando. Te asustaba correrte en su cara. Vaya final ese pensaste. A él no parecía importarle. Es más, parecía estarlo buscando. Notaste su lengua, su saliva, su deseo. Iba a hacer que te corrieses, ya lo notabas. "Si te vas a correr avisa". No dijiste nada, no querías que parase. Te agarraste a las sabanas, intentaste aguantarte, intentaste que no pasase. ¡Dios, te ibas a correr en toda su cara! ¡Dí algo! No dijiste nada. Te ibas a correr. No te salían las palabras. Intentaste aguantarte. ¡Joder, no podías más!
Ibas a correrte en su boca.
Ibas a hacerte Navidad en su cara.
¡Dioooooooos!

Recuerdo las olas. Tus pies bañados por la espuma. El sonido del mar llamándote. Esperaba sentado mientras tu jugabas en la orilla. Me distraía sacándote fotos. Siempre fuiste un buen modelo, sobre todo cuando no posabas. Cuando no posabas conseguías ser tú mismo. Me encantabas. Quería que volvieses a mi lado, que me llevases contigo. No quería que me dejases solo. Comencé a enterrarme en la arena, primero los pies, luego las manos. Me hubiese enterrado yo mismo de haber continuado. Gritaste. Casi te caes. ¿Por qué siempre estabas tan feliz? Nunca te preocupaba nada. Solo jugabas con las olas, esperando que una fuese más rápida que tú y acabases mojándote. Al final te caíste. No se si en realidad te caíste o te tiraste, solo se que acabaste revolcado en la arena y sin poder parar de reír. Habría sido una gran foto, pero los mejores momentos no tienen fotos para recordarlos. Creo que es por eso que son los mejores momentos, porque estas demasiado ocupado viviéndolos. Me quede mirándote como si nada más importase. Te levantaste, te sacudiste la ropa y me devolviste la mirada. Levantaste la vista como si supieses que te estaba esperando. Llevaba ya demasiado tiempo esperando esa mirada, esperando esa sonrisa, esperándote.
M.A.

EL VIAJE
-1-
No se si habíamos dejado de ser amigos o simplemente nunca habíamos llegado a serlo, pero hoy he recibido un mensaje. Un mensaje que no quería leer. Un mensaje que aunque me esperaba, nunca me esperé. No ahora. No hoy.
“Hola (…). Esta madrugada…”
Ya no necesite leer más. Estaba todo dicho. Estaba todo claro. En cuanto dijo mi nombre. En cuanto envió ese correo… Al abrirlo... Todo estallo en mil pedazos.
¿Qué hago? ¿Qué digo? Estoy en blanco… Mis manos tiemblan… No hago más que engañarme… ¿Por qué debería contestar? Se ha molestado en avisarme. ¿Por qué lo ha hecho? Por pena. Seguro que ha sido por pena. ¿Acaso hay otro motivo? ¿Acaso lo hace por él?¿Es él mi amigo? Siento que debo contestar aunque no sepa que decir… Quiero estar allí. No quiero dejarlo solo en el peor día de su vida. ¿Entonces por qué me replanteo si es o no mi amigo? Creo que me gustaría que lo fuese. Pero no lo es. Es buen chaval. Ha estado en mi clase durante años… Pero no es mi amigo. Claro que no lo es. No lo es…
“Estamos pendientes de ver cuando es. ¿Contamos contigo?”
“Siii avisadme de lo que sea. Yo voy. Aunque no sepa como.”
Con que facilidad surgieron esas palabras… Como si estuviesen ensayadas, ni siquiera era consciente de estarlo pensando en ese momento… Ni siquiera… ¿Por qué me sentía tan mal? ¿Por qué sentía que debía estar ahí? Si no era mi amigo… Si no me paraba de repetirlo… Daba igual. Tenía que ir.
Quizás si era mi amigo. Quizás no quería reconocerlo. Quizás solo quería que no me hiciesen daño. Y si lo reconocía, entonces…
-2-
Odio madrugar. Ni siquiera son las ocho. Tengo todavía que ducharme y hacer la mochila. Probablemente tenga que dormir allí. Nunca se que llevar a estas cosas. Tantas camisas y ni una negra… Roja, verde, a cuadros… azul marina… supongo que puede valer. Unos vaqueros y listo.
(…)
La conversación se ha caldeado un poco. No se quizás tenga razón pero también es un poco injusto. Prefiero no pensar más en eso. Ahora a coger el tren y listo. Creo que ni siquiera he traido un libro que leer. Da igual. Tampoco creo que me concentrase demasiado. No hago más que pensar en la situación incomoda que vamos a tener en el coche. La verdad no me apetece nada. Menos mal que estará ella allí… Si no fuese por ella no creo que pudiese…
Tres horas de viaje. Tres horas incomodas. Tres horas de ida y otras tres de vuelta. No puedo pensar en otra cosa mientras el tren se acerca a su destino. 9:50, 9:53, 9:54… No paro de mirar el reloj. No quiero llegar. No pasa el tiempo. Los minutos se vuelven horas, para de pronto volverse segundos. Ya llego.
La estación es la de siempre pero la veo distinta. ¿Cómo hemos quedado? Supongo que tendremos que bajar. La voy a buscar y bajamos juntos. Así dejo la mochila. Así hablo con ella. Me dirá algo… No creo. Intentará no darle importancia al tema. Ella lo hace como nadie. No creo que nadie diga nada la verdad… Hoy no. No es el día.
Cuarto sin ascensor. Da pereza pero subo. Ella me espera arriba. Subo dejo la mochila y bajo. Me siento raro. No quiero hablar del tema y a la vez si. Se que con ella puedo hablar de todo, pero no ahora. Solo puedo pensar en que todo pase rápido, en que todo…
-3-
El ambiente enrarecido. Todos esperando a que llegue el coche. Nos espera un largo viaje. Ella rompe el hielo. Siempre va un paso por delante. Nunca deja tiempo para que surjan los silencios incomodos. Llega el coche. Nos subimos. Nos marchamos.
(…)
Tres horas de viaje que se hacen eternas. Me traen recuerdos de antes. Cuando nos llevábamos bien. Hablamos. Pero no es lo mismo. Reimos. Pero no es igual. Creo que después de todo nuestra amistad llevaba ya tiempo sentenciada. Ya había dejado de importar quien tenía o no la culpa. Probablemente todos tuviésemos algo que ver con como acabó todo.
Tan solo hace una semana que había decidido salir del grupo. No se porque esperé tanto. Era inevitable. La decisión la tome el día que decidí que ya no merecía la pena intentarlo más. Me canse ya hace mucho, pero esperé hasta ahora. Una semana tan solo. Lo hable con ella. Era la única, la única a la que le debía una explicación. La única a quien podía llegar a valorar su opinión.
“Me quiero salir del grupo. No quiero que te lo tomes a mal. Si no me he salido hasta ahora es solo por ti. Pero estoy cansado ya de las situaciones incomodas y de que pasen de mi.”
“Yo también lo noto. Por mi no te quedes. No me va a parecer mal. Yo te voy a seguir queriendo igual xD.”
Yo te voy a seguir queriendo igual. Siempre sabía lo que decir. Las palabras exactas...
-4-
Llegar allí fue extraño. Era todavía muy temprano y él no estaba. Se adelantaron para hablar con uno de sus primos. Estaba comiendo. Llegaría en media hora. Media hora y podríamos darle el pésame. Media hora y se me caería el mundo.
Nunca soporte las situaciones en las que no saber que decir. Me hacen sentir incomodo. Aprovechamos para ir a comer nosotros también. Tenía el estomago revuelto. No se como ellos se atrevieron con el especial. Chorreaba grasa por todas partes. Pedí lo más sencillo de la carta y ni lo acabé. Tenía el estomago cerrado.
(…)
Subir esa cuesta fue horrible. Volver a entrar en ese edificio. Volver a sentir que me temblaban las piernas. Decidieron esperar un segundo. Tan solo un segundo. Creo que todavía no se habían hecho a la idea de lo que iban a encontrarse ahí detrás, tras esas amenazadoras puertas que encerraban el caos, la soledad y el desamparo. Cual Frodo Bolson ante las puertas de Mordor… Un tanto melodramático creo yo. Pero las puertas si intimidaban, si te hacían sentir pequeño, si te hacían sentir miedo.
Entramos uno tras otro, intentando no sostener la mirada de todos aquellos extraños que no dejaban de observarnos. Que no dejaban de observar a todos esos desconocidos.
-5-
Aquí estamos. A tan solo unos pasos de él. Nos ha visto llegar y se ha levantado. Me ha dado la impresión de que su mirada se ha iluminado. Cualquiera que piense fríamente sobre el asunto, se dará cuenta de que un viaje de 7 horas, poco vale en comparación con esa mirada. Esa mirada bien podría haber valido un millón de horas.
Uno a uno se fueron acercando a él. Uno a uno fueron abrazándolo. Uno a uno dándole el pésame. Uno a uno… Uno a uno hasta llegar a mi. Yo que me había quedado para el final. Todavía continuaba dudando que debiese estar allí… Es como si esperase un apretón de manos después de haber abrazado a todos. Un simple hola. Una palmada en la espalda… Pero me abrazo. Me abrazo como si nunca fuese a soltarme. Fue un abrazo raro… no me lo esperaba. Me abrazo fuerte, como si sintiese que me iba a escapar. Como si sintiese que no debía dejarme ir. Yo lo abrace aún más fuerte… Quería ser su roca. La persona que nunca le fallaría. Estaría allí. Aunque tan solo fuese un par de segundos, lo que durase ese abrazo. No se que paso entonces. Iba a soltarme pero no lo hizo. Se mantuvo abrazado un instante más. Un instante que duró mil años. Un instante en el que sentí que todo el mal rato que pudiese haber pasado ese día, había merecido la pena, solo por aquello… Solo por sentirme útil.
-6-
Por fin las 5. Era la hora del funeral. Llegar al pueblo donde se iba a celebrar. Las carreteras se volvían caminos, los caminos senderos, pronto el coche empezó a hacerse demasiado ancho para aquellos lares. Subíamos y subíamos. Cada vez más alto. Cada vez más perdidos. La civilización se volvía lejana. Lejana y olvidada. Nosotros seguíamos subiendo.
El pueblo al que llegamos no era un pueblo, no era una aldea, apenas eran cuatro casas. Cuatro casas demasiado juntas que daban la apariencia de ser algo más. La capilla situada al final del camino había reunido al menos un centenar de personas y nos habían dejado sin posibilidades de aparcar, al menos hasta visualizar el descampado.
(…)
Esperamos fuera. La verdad hacía años que no entraba en una iglesia y pretendía que así continuase. Entre saludos y diversas charlas, apenas uno podía distinguir sus pensamientos. Todo se acallo. Todo se quedó en silencio. Había llegado la familia y con ella el coche fúnebre.
El silencio se hizo sepulcral. Tan solo el sonido de los pájaros conseguía turbar estampa tan desolada. Primero entro el ataúd. Tras de si la familia. Su hermano apenas conseguía mantenerse en pie. Paso a paso, avanzaba apoyándose en sus dos porteadoras. Él parecía más entero… Realmente, creo que solo lo parecía… Su sufrimiento lo llevaba por dentro.
Entraron y dio comienzo el réquiem. De pie, allí todos, permanecíamos en silencio. Atentos a las palabras del párroco, algunos se santiguaban otros no hacían nada. Retrocedí unos pasos hacía atrás… Necesitaba alejarme un poco… Observar lo que me rodeaba… Dejar de escuchar esas idioteces… Mirar el cielo…
Las vistas eran espectaculares y la paz que se respiraba casi perturbaba. Arrepentido volví a mi antiguo lugar… Lo sentía como una falta de respeto… No entendía el porque pero así lo sentía en aquel momento. La misa seguía avanzando y la gente seguía con su ritual de santiguarse. Verdaderamente del todo ridículo visto desde los ojos de un ateo, de un no creyente. Como si un par de movimientos de manos les acercasen más a Dios o al cielo. Es curioso como se engaña la gente…
-7-
Llego entonces el momento que más ira y vergüenza ajena me provocó. Del interior de la iglesia comenzó a salir un sonido metálico. Unos constantes tintineos de monedas que no cesaban, que cada vez se hacían más presentes, más cercanos. Abandonó entonces la iglesia una mujer atada a un cesto, o eso me pareció, mendigando una limosna para un negocio que al parecer no había arruinado lo suficiente al mundo. Chasquido a chasquido, las monedas continuaban cayendo, incluso algún billete acompaño al obituario. ¡ESTAFADORES! ¡TIMADORES TODOS!
La situación se alzaba enrarecida, cada vez más sin sentido. La gente ya no respetaba nada. Limosnas a un lado y cuchicheos al otro. Mi mente se evadió entonces a un mundo de hipocresía, donde un cura impasible continuaba imperturbable su obra mientras sus feligreses entre voces celebraban el no hacerle caso. Los vítores eran altos, y las viejas cotillas no calmaban sus voces entre tímidos susurros. La familia del finado parecía absorta, confundida por la reciente desdicha, que parecía tampoco darse cuenta de lo que estaba sucediendo.
Me sentí perdido en una película de Buñuel. Confundido y casi indolente. La realidad se había esfumado…
-8-
Salieron. La misa había acabado. El cura fue de los primeros en irse. Llamaba de gastar ese dinero tan fraudulentamente ganado. Nosotros esperamos. A veces sentados a veces de pie. El tiempo pasaba. La gente seguía ahí. Nos planteamos marcharnos, pero ahí seguimos. Seguir ahí… Sentirnos como si pudiésemos hacer algo en caso de necesitarlo.
“Llegaste tú entonces.
Llegaste después de enterrarla.
Después de enterrar a tu madre.
A quien te dio la vida.
Llegaste para despedirte.
Para darnos las gracias.
Para sentirte querido.
Y así tú también te fuiste.
Ya solo nos quedaba volver,
volver a casa.”

CAMPANADAS A MEDIODIA
Una fotografía puede resultar tan solo una fotografía.
Otras veces puede ser algo más.
-Otra vez aquí. ¿Esperas a alguien?
-Que te den.
-Eres un maleducado. No tienes derecho a comportarte así conmigo. Yo que nunca te he hecho nada malo. Podrías habernos dado por lo menos la enhorabuena…
(…)
-Mama, mama… Mira ese señor. Esta llorando.
-Hijo no esta bien señalar con el dedo. ¿Le pasa algo joven? ¿Esta usted bien?
-No se preocupe.
-Tome mi pañuelo. Es seda italiana de la mejor calidad. Enjugará sus lagrimas sin dejar la menor rojez.
-Gracias señora… Pero no debe molestarse.
-Una mujer como yo ha sido educada para ayudar al prójimo. Este en la posición que este. No lo olvide.
-Mama el señor florero nos espera.
-Florista hijo mío. Y si ha de esperar un poco que espere. Sería indecoroso dejar a este joven solo.
-Le repito que no debe preocuparse por mi. Son penas del corazón…
-Sal de ahí condenado. Ernesto ve a buscar a ese perro. No ves que esta molestando a todo el mundo. Perdone a mi hijo. Decía usted.
-Tonterías… Recordaba nada más.
-Esta usted de luto amoroso, es normal que llore. Pero no debería hacer que esto durase. Es usted aún muy joven.
-¿Cuál es su columna favorita?
-¿Cómo dice?
-¿Qué cual es su columna favorita?
-No lo entiendo… Ninguna. Puede que cualquiera. Me resultan todas iguales.
-¿De veras se lo parece?
-Pues claro, son solo columnas. ¿Es que acaso usted ve algo más?
-Creo que por una cosa o por otra son todas ellas diferentes y eso…
-Ernesto trae a ese perro. Dejad de enredar los dos que aún os vais a hacer daño. Perdone usted. El muy tunante es un bala perdida. Tendría usted que ver la guerra que me da a veces. Si yo le contara… Pero hábleme de usted. Porque lloraba. No sea tímido, lo escucharé sin juzgarlo.
-Mi amada se caso hace poco con mi mejor amigo.
-Su amada y su mejor amigo. Debe ser duro eso. Mi Saturnino que en paz descanse también tuvo varias novias antes de conocerme. Pero las dejo a todas por mi. Ya verá como pronto le pasará lo mismo y conocerá a una joven muchacha que lo quiera. Créame cuando le digo que las hay a montones.
-Si pudiera largarme y no volver nunca a verla lo haría.
-Pues hágalo. ¿Qué se lo impide?
-Mama el tren. El tren…
-Si cariño muy bonito. Tú quédate a mi lado no vayamos a tener un disgusto. Hable joven. No se sienta cohibido.
-Pues verá aun no he acabado la escuela ni tengo dinero ni nada.
-La vida no siempre es fácil. ¿Pero si no puede usted irse que hace aquí?
-Me gusta soñar con que me voy lejos. Con que me alejo de esta vida mía y jamás vuelvo. Me habrá tomado por un tonto pero me gusta sentir los trenes cerca de mi. Y cualquier día… Subirme a uno y desaparecer en el horizonte.
-No se preocupe muchacho. Es normal lo que usted dice. Cuando nos pasa algo malo es normal querer estar lejos.
-Me tomaría por un loco si gritase.
-Grite si eso le hace sentir mejor.
-¿De veras no le importa lo que pensaría la gente?
-La gente es libre de pensar lo que quiera. Grite si así lo desea.
-Es usted muy valiente señora si es capaz de no preocuparse por lo que pensaran los demás. Pero a mi si me preocupa y mucho.
-Los jóvenes siempre se preocupan por las apariencias. Pero eso pronto se olvida. A medida que nos hacemos viejos nos volvemos más valientes.
-Valentía es lo que me falta a mi… Torpe de mi. Le he manchado su pañuelo de seda italiana. Le compraré otro, le juro que no se como pero se lo pagaré.
-El pañuelo es lo de menos muchacho. Creo que escogería esta.
-¿Cómo dice?
-La columna. Creo que me quedaría con esta. Es la más hermosa de todas. ¿Cuál había escogido usted?
-La misma.
-Lo dice de veras, o simplemente intenta complacerme porque se siente culpable por lo del pañuelo.
-Se lo aseguro. Llevo viniendo aquí ya más de una semana y siempre escojo la misma. Un día llegué a dudarlo… Pero efectivamente la que usted ha señalado es mi favorita.
-Ciertamente lo es. Aunque no sabría porque decirle.
-¿No tenía que ver usted al señor florista?
-Le diré que me he olvidado. No sería la primera vez que falto a una cita. Asumirá que soy una despistada como han hecho otros en su momento y se quedará en una simple anécdota.
-Pero no haga eso por mi.
-Descuide es un hombre fuerte sabrá asimilar el golpe de un plantón fortuito. Sentémonos si le parece. Llevo todo el día andando y necesito algo de reposo. Fíjese bien 26 años que tengo y aparento al menos 30. Esta vida que llevo… Ya vuelvo a hablarle de mi. Perdóneme en mi insolencia. Soy todo oídos.
-No se preocupe. Me gusta escuchar. Al menos así me distraigo.
-Pues si desea escuchar tengo toda una vida para contarle. Ve a ese niño de ahí, ni siquiera es mi hijo. Yo lo trato como tal pero ni llevamos la misma sangre. Me hace gracia cuando paseamos por la calle y las señoras dicen lo mucho que nos parecemos.
-A mi también me había engañado. Estaba seguro de que era su hijo.
-Era hijo de mi difunto esposo. Su primera mujer murió en el parto y Ernesto fue el resultado.
-Aun así se ve que lo quiere.
-Más que a mi vida. Ernesto es un chico muy dulce, un poco trasto a veces, pero es lo normal en un niño. Ve esta foto. Es una foto de su madre y mi esposo. Siempre la llevo conmigo porque no quiero que el pequeño olvide el rostro de sus padres.
-Era muy guapa. No quiero decir que usted…
-Si lo se. Era verdaderamente guapa. Se que no soy fea pero ella era realmente hermosa. A una belleza como la suya no podía hacerle justicia foto alguna, pero creo que esta la captó muy bien. Yo la conocí sabe usted. Éramos amigas. Cuando murió yo me encargue del niño y después… Ya se imaginará.
-Las campanas ya llaman a misa. Creo que debo irme.
-No me había dado usted la impresión de ser un joven religioso.
-En absoluto, pero hay ciertas formas que uno debe mantener si quiere evitar chismorreos o comentarios indecorosos.
-Olvidaba que a usted le importaba lo que dijesen a sus espaldas. Si yo le contara lo que dicen de mi no se preocuparía usted tanto. Ernesto vamos. ¿Qué te parece si compramos unos pastelillos antes de ir a casa?
-Siii. ¿Podemos coger uno para la prima Sara?
-Ya sabes que no puede comer esas cosas.
-Pero le hará ilusión que nos hayamos acordado de ella.
-Tú lo que quieres es tener ración doble para ti solo. De acuerdo le cogeremos también uno a ella… Despídete de este joven.
-Adiós señor.
-Adiós muchacho. Adiós señora. ¿No me ha dicho como se llamaba?
-Hay cosas que es mejor no saber. ¿No le parece? Digámonos adiós y esperemos volver a vernos. Entonces le diré como me llamo.

EL MEJOR FINAL
Una decisión siempre es difícil, nunca sabes cuando va a cambiar tu vida.
Cuando alguien viene a mi en busca de consejo, yo siempre hago la misma pregunta:
Si hubieses sido Meryl Streep en Los puentes de Madison.
¿Qué hubieses hecho? ¿Te hubieses bajado del coche?
Dependiendo de lo que respondan a esa pregunta yo contesto una cosa u otra. Puede que parezca una tontería, pero me gusta ese juego. Y no es el único juego que tengo. He descubierto que hay una serie de preguntas que me ayudan a descubrir como es la gente en realidad. Si la respuesta es NO, podrías pensar que la cobardía inspira esa palabra. Pero puede que la respuesta, que ese no, sea más complejo, que encierre un mensaje oculto. Pero solo con un si o un no, conocer a una persona… Desde luego que no. Ni aun leyendo sus mentes. Pero me va dando pistas. Por si solas estas respuestas se quedan vacías si no observas a esa persona. Un SI puede encerrar dudas, lo mismo que puede ocurrir con un NO. Pero esta solo es una de las preguntas más ligeras que oiréis de mi. No quiero asustaros todavía. Tengo preguntas para todas las situaciones. Y solo mis amigos, los que me conocen, saben lo que ellas encierran.
Si fueses a morir y pudieses escoger ¿morirías de día o de noche?
Esta ya es algo más curiosa. Los hay que dicen:
-Viendo un atardecer.
-Viendo las estrellas.
-En la tranquilidad de mi cama mientras duermo, sin sufrir.
Como me enfadan estos últimos. Creo que son los que menos aprecian sus vidas. De irme yo de este mundo querría irme con el paisaje más hermoso jamás visto, contemplando el infinito y a mi mismo, y después irme. La verdad siempre he pensado que me iría a lo grande de este mundo. El problema es que aun no he decidido como.
Los amigos de los que os hablé antes, a los que les hago estas preguntas, no son niños como yo. Lo habréis notado por lo poco imaginativo de las respuestas. Son adultos. Los adultos que cuidan de mi. Los que me dicen que todo va a salir bien, aunque sea mentira.
Tengo 12 años y tengo cáncer. No sintáis compasión de mi. Recordad que voy a tener un gran final que ninguno de vosotros habría soñado jamás.
Si tuvieses que escoger un animal ¿Qué animal serias?
Esta en principio es sencilla. Pero solo en principio. Las únicas condiciones que pongo de antemano es que se descarten perros y gatos. Alucinaríais la cantidad de veces que he oído ambas respuestas las primeras veces que hice esta pregunta. No se que ven los adultos de afortunados en estos animales. Se deben creer que se vive mejor en compañía de humanos. Aun así, con mis condiciones que prohíben perros y gatos, la gente sigue siendo poco imaginativa en sus respuestas. Ojala hubiese más niños como yo. Aunque hubo una, una respuesta que si me gustó: la tuya Dr. Frankenstein, Víctor para sus amigos. Al menos a mi te me presentaste de ese modo:
-Dr. Frankenstein. Pero mis amigos me llaman Víctor. Tu puedes llamarme como quieras, pero no te quejes si no te hago caso.
Creo que era de las pocas personas, incluidos mis padres, que no me trataban como un moribundo. Me gustaba eso de él. Se que le preocupaba, pero siempre intentaba restarle importancia a las cosas. La primera vez que me hicieron la quimio se quedo todo el rato a mi lado hablándome para que no tuviese miedo. Fue entonces cuando le hice la pregunta. Debió parecerle una pregunta importante porque se quedó pensando un buen rato, o al menos eso me pareció a mi. Pero la espera mereció la pena. Con el siempre la merecía.
-Creo que es una pregunta muy difícil. Pero creo que podré darte una respuesta. En un principio pensé en un escarabajo pelotero…
-No bromees. Lo digo en serio.
-Pues claro que hablo en serio. Por quien me tomas. Un escarabajo pelotero es el animal más fuerte del mundo. Con respecto a su tamaño claro. ¡Imagínate levantar 1000 veces tu peso!
-¡Eso es imposible!
-¡De veras! Un día te presento a uno y se lo preguntas.
-No seas tonto. Los escarabajos no hablan.
-El que te digo yo si que habla. Es un charlatán. Empieza a hablar y ya no para.
-¿Me lo presentarás?
-Pues claro. Siempre esta deseando tener nuevos amigos con los que hablar.
-El escarabajo pelotero mola. ¿Entonces lo escoges a él?
-Pues verás. Pensé que la fuerza estaría muy bien. Pero el mundo se me quedaría muy grande. Así que lo descarté. 1000 veces tu peso es mucha fuerza. Pero cuando eres así de pequeño… Pensé entonces en uno muy grande. Pensé en las ballenas. Probablemente de los pocos animales que conocen las profundidades marinas ¿sabes? Ningún humano ha llegado nunca a donde han llegado ellas. Pero tampoco.
-¡Tiene que ser increíble! ¿Por qué no las escogiste?
-Pues veras. Pensé que seria un gran desperdicio poder llegar tan abajo y no poder ver nada. Porque claro… a las profundidades oceánicas no llega la luz.
-¿Cómo no se pierden allí abajo entonces?
-Se guían por ultrasonidos. Son como un radar. Como los submarinos.
-Pero entonces si ven.
-Si, pero aun así no se yo si me acostumbraría a ver de ese modo. Imagíname en ballena con lo torpe que soy.
-No seas tonto. ¿Entonces?
-Entonces pensé. ¿Qué ha querido el hombre hacer desde el principio de los tiempos?
-¿El qué?
-Acaso no lo sabes. VOLAR. Imagina surcar los cielos. Sentirte libre. Llegar a lo más alto y vivir sin ataduras, sin cadenas. Tu y la inmensidad. Frente a frente.
-¿Serias un pájaro? Yo también seré un pájaro algún día. Volaremos juntos. ¿Me lo prometes?
-Te lo prometo.
Me gustaba la idea. Irme de este mundo volando. Volando junto a ti. Me lo habías prometido. Tú lo haría posible. Seríamos águilas surcando los cielos. Vería el mundo desde los ojos de Dios y así me iría. Siendo libre. Planearlo sería difícil. Pero ahora lo tenía claro. Al menos se como irme, y se que puedo contar contigo. Nunca me fallarías.
-Dr. F. ¿Podemos hablar? A solas.
-Claro. Un segundo enfermera.
-Debemos irnos cuanto antes. Ya he hecho las maletas. No necesitaremos muchas cosas. He vaciado mi hucha no se si será suficiente pero nos las arreglaremos. Vayámonos. ¿Me acompañará verdad?
-¿Qué estas haciendo Álvaro?
-Preparar todo para irnos. Como dijiste. A ser libres como pájaros. Así es como quiero irme. No lo entiendes. Tú lo dijiste. Es la mejor manera.
-Álvaro… Espera un momento. Escucha.
-No hay tiempo doctor. Cuanto antes nos vayamos…
-¡Basta ya! No puedes casi ni moverte. Mírate…
-Eso no importa doctor. Usted me ayudará. Debe hacerlo. Me lo prometió.
-Álvaro estas en mitad del tratamiento. Todavía no sabemos si…
-Si lo sabemos. Solo quiero decidir como irme. No quiero que lo último que vea sea esto. ¡No quiero! No puede dejar que me vaya así. Postrado en una cama. Lléveme lejos… Por favor hágame sentir vivo por última vez.
-No puedo. Esto no esta bien…
-¡No se vaya! ¡Me lo prometió! Me lo ha prometido.
Tú también me abandonaste. Tú también me dejaste solo. Ibas a buscar a mis padres. Pude notarlo en tu mirada. Querías contarles todo lo que te había dicho. Entonces jamás podría ser libre. Todavía tenía tiempo. Mientras los buscabas. Tenías razón cuando decías que no tenía fuerzas. Daba igual. Si mis piernas no podían, mis manos se encargarían. Reptaría. Me arrastraría. No me rendiría. Quería mi final. Mi ultimo momento. Lo necesitaba. Subiría a aquel ascensor. Llegaría a lo más alto. Los cables y las vías me estorbaban. Me los arranque. Corrí. No se como, pero corrí. Me abrí paso entre manos que solo buscaban detenerme. Yo era más rápido. El ascensor me esperaba y nadie iba a pararme.
Subí. Presione el botón de la azotea. Entonces me viste doctor. Pero ya era tarde. Sabías lo que iba a pasar. La puerta se cerró. Mis ropas se tiñeron del color de la sangre, del color de la muerte. El ascensor subía. Me llevaba a mi destino. Arriba. Más arriba. El cielo era mi parada.
Las puertas se abrieron. La luz me cegó. El cielo estaba despejado. No existía ni una sola nube que lo enturbiase. Dios había abierto sus brazos. Me estaba recibiendo. Saltaría. Saltaría y así sería libre. Cada vez había más y más sangre. Me empezaba a marear. Seguí adelante. Solo podía seguir adelante. No había otra opción. Mi vista se nublaba. Unos pocos pasos más. Podía verlo. Ese era. Ese era el regalo que tenía el mundo preparado para mi. Era mi estampa. Mi ultima visión antes de saltar. Era hermoso. Mas de lo que nunca habría esperado. Mas de lo que nunca habría soñado. Vi a mis padres. Me observaban desde abajo. Vi el cielo. Vi mi vida. No pude saltar. No podía dejar de observar el que era mi regalo hasta el último momento. Hasta el ultimo instante y solo después… Morir.
¿Cómo iba a saltar? ¿Cómo iba a renunciar a tan solo un segundo de aquello? No fue como había planeado. Realmente no lo fue. Pero no habría cambiado ni un instante. No morí en aquella horrible habitación. No morí como un vulgar moribundo. Morí luchando. Morí libre. Como el pájaro que siempre había deseado ser.
Y así al fin volar.

BAJO LA LLUVIA
-1-
Ayer me escribió diciendo que se sentía un extraño. Como si ya no perteneciese a este mundo.
La realidad es para mi como agua que se escabulle entre mis dedos.
Siempre conseguía darle un toque poético a todo.
Ojalá mi vida fuese como esas películas antiguas en las que todo se solucionaba con un fundido a negro. Todo sería mucho más sencillo.
Anoche tuve un sueño… ¿Te acuerdas de la abuela? Ella estaba a mi lado. ¿Recuerdas sus manos? ¿El olor a tabaco…? Estaba en su vieja cocina. ¿La recuerdas? Claro que la recuerdas. Tú nunca la olvidarías. Allí fuimos felices. Al menos creo que lo fuimos. La abuela estaba cocinando. Estaba de espaldas a mi. No podía ver su rostro. Por más que me esforzaba no lograba ver su cara. Creo que la he olvidado… Creo que la he olvidado hace ya demasiado tiempo. Prometimos que nunca abandonaríamos aquella vida. Prometimos que siempre estaríamos juntos. ¿Qué nos pasó? Creo que nunca fuimos conscientes de lo que implicaba esa promesa.
Ayer me di cuenta que ya no éramos uno. Me di cuenta de que… La enfermera dijo que vendrías… Te estuve esperando. Creo que no hago más que esperarte. Esperarte a ti, esperar a que acabe todo. Siempre esperar. No llamaste. Te extrañé… ¿Por qué no viniste? La enfermera intentó animarme. No paraba de decir cosas. Yo no quería escucharla. “Pero si nunca habláis. Os quedais sentados sin deciros nada. Horas y horas en silencio. ¿Por qué iba a venir? Se habrá cansado… Tienes que entenderlo el también tiene una vida”. Una vida… Yo era tú vida y tú eras la mía. Ella no podía entendernos. No podía entender que tú y yo si hablábamos. Pero no con palabras. Yo sabía lo que pensabas… ¿Lo sabía? Al menos creía saberlo… Pensé que vendrías… Me equivocaba… Al fin te habías cansado de mi. Mucho tiempo aguantaste…
No te reprocho nada. Lo que voy a hacer lo hago por mi. Quiero ser libre. Ahora se que tú nunca me dejarás ser libre. A tu lado no podré reunir el valor para hacerlo… Y yo quiero ser fuerte y poner fin a esto. Pero mientras estés, yo no…
Sabes que te quiero. Te querré siempre. Y eso es algo que ni la muerte podrá cambiar. Necesito hacer esto… Necesito que lo entiendas. Por una vez en la vida, recorreré el camino yo solo. Sin ti… Sin nadie que luche mis batallas. Por una vez seré yo quien tome las riendas de mi vida. Solo espero que lo entiendas y me perdones.
No te eches la culpa de esto. Tú me salvaste… Me has salvado siempre. Tú has salvado siempre a este naufrago sin patria. Ahora te relevo de tu misión. Debes dejar que me vaya. Este naufrago a aceptado su destino…
Y te mataste. Escribiste esto y te arrojaste desde la azotea. Por fin cumpliste tu deseo. Acabaste con todo.
Dijiste que no me sintiese culpable. Pero como no hacerlo… ¿Cómo no culparme? Si hubiese ido tú aun… Tú aun… Fui un gilipollas. Me necesitabas y yo te dejé tirado. No creo que tenga fuerzas para ir a verte por última vez. Como podría… Tú que has muerto por mi culpa. Te abandoné a tu suerte.
Mamá me llamo. Siete años… Siete años y pretende que todo sea como antes. Se echo la culpa. Dijo que todo había pasado porque no había sido una buena madre. Creo que esperaba que la contradijese, que le mintiese diciendo que no era así. No dije nada. La deje hablar. Ya sabes como es. Siempre haciéndose la víctima. Ella tiene que ser siempre la protagonista… La dejé hablando sola. No tenía ganas de escucharla. No tenía ganas de verla. No tenía ganas de que se lanzase sobre tu ataúd y llorase al hijo que nunca quiso. Le dije que no viniese. Conseguí que se callara por un segundo, un largo segundo del que no se hizo protagonista. Colgué. No quería esperar a oírla llorar o a acusarme con cualquiera de sus razones trasnochadas. Se que me culpa de esto. No tiene derecho a hacerlo. Ella nos abandonó. Fue una egoísta entonces y lo es ahora. No permitiré que vaya a tu entierro. No pienso dejar que ella gane. Esta vez no… Tú la perdonaste pero yo no puedo. Eras él pequeño pero te comportabas como si fueses el mayor. “Para mi perdonarla es fácil. Si ella hubiese ejercido de madre tú nunca… ¿Lo sabes verdad…?” Lo sabía. Yo siempre sabía lo que pensabas.
-2-
Tres semanas. Tres semanas y hoy me reincorporo al trabajo. No quiero que sientan pena… O se compadezcan. No quiero que intenten consolarme… No quiero nada de ellos.
Reunión en la sala número 3. Llego tarde. Nadie me dice nada. Me siento al final. Atrás de todo. Junto a la ventana. No tengo ganas de escuchar lo que dicen. Todos parecen absortos. Como si lo que dijesen en verdad pudiese significar algo. El tiempo avanza despacio. Nadie parece darse cuenta. Solo yo. Es como si todo se fuese frenando hasta detenerse. Podría salir por la puerta y nadie se daría ni cuenta.
Llueve. Ya no recordaba la ciudad bajo la lluvia. Todo se vuelve extraño. Es raro pero creo entender a mi hermano…
-¿Ves esa gente andando por la calle? ¿Crees que saben a donde se dirigen?- Empezabas diciendo.
-Algunos irán al trabajo. Otros a la compra… Cada uno tendrá sus cosas que hacer. – Te contestaba yo sin hacer mucho caso a lo que decías. Ahora me arrepiento. Quizás solo querías que alguien te entendiese.
-Andan y andan sin ir a ningún sitio. Algún día se detendrán… Se detendrán y se darán cuenta de que nada importa.
-Creo que no deberías pensar eso. Las personas… Todos tenemos un propósito en nuestra vida. – No sabía porque decía lo que decía. Ni siquiera creo que lo pensase en absoluto. Quizás solo lo decía porque era lo correcto. Ya no lo se…
-¿Propósito? ¿Cuál es mi propósito? – No sabía que contestarte. Solo permanecía en silencio. Tú también callabas… En eso estábamos totalmente de acuerdo. Cuando no sabíamos que decir al respecto, ninguno decía nada. Permanecíamos sentados el uno junto al otro…
Ahora miro por la ventana, como solías hacer tú y veo lo que tú veías. Me has legado tus ojos, tu forma de mirar el mundo. Y no los quiero… No la quiero. Sigue lloviendo. Tres coches dan vueltas a una rotonda muy lentamente. Parecen no decidirse por ninguna salida. Solo giran y giran. Giran y giran. Es como si cuando lloviese todo el mundo se comportase de una forma extraña.
-¡Llueve!
-¿Y que pasa porque llueva? No es tan raro en esta época del año.
-Me gusta cuando llueve. Todo se vuelve distinto.
-Nunca me había parado a pensarlo. – No te entendía. Entonces yo no me paraba a pensar lo que decías. Ahora… Ahora ya es tarde.
-La gente hace cosas lloviendo que nunca haría cuando hace sol. Si observas bien… Es como si ya no fuesen los de siempre… Como si dejasen ver al mundo su otro yo.
-¿Eso es lo que haces todos los días? ¿Observar a la gente?
-Me gusta… Creo que si observas el suficiente tiempo a una persona, puedes llegar a conocerla.
-Siento que por mucho que te observe o te hable, yo nunca llegaré a entenderte…
-No digas eso. Nunca más vuelvas a decir eso. – Mis palabras te herían como cuchillos. Yo era el criminal que hacía sangrar tus heridas. No soportaba tener que cuidar siempre de ti. Sin poder irme. Sin poder vivir. Y ahora ya no estas…
Los coches siguen dando vueltas, indecisos, sin saber hacia donde avanzar. La reunión ya ha acabado. Nadie se mueve. Es como si esperasen algo… No me importa. Todos se comportan de forma extraña esta mañana. ¿Por qué la lluvia cambia tanto a la gente? ¿Por qué la lluvia me recuerda a ti…?
-¿Qué haces aquí? ¡Estás empapado! Pasa… Te traeré una toalla. Pasa, no seas tonto. – No decías nada. - ¿Qué haces aquí? ¿Por qué no hablas?
-Quería… Quería estar a tu lado. So… solo quería estar cerca de ti.
-Ven aquí vamos a secarte, no vayas a coger una pulmonía. – Te encantaba que te secase con la toalla. Como cuando éramos pequeños. – Estás calado hasta los huesos. Te traeré ropa seca.
-Estoy contento…
-Me alegro. Yo también lo estoy. No deberías salir así sin avisar…
-Solo lo estoy cuando tú estas cerca.
-¿El qué?
-Feliz, a tu lado…
- En la clínica estarán preocupados… Será mejor que los llame.
-No… Por favor. Aun no.
-Supongo que por una noche… Te prepararé el sofá cama…
-¿Pue… puedo dormir contigo? Como en los viejos tiempos.
-Ya eres un poco mayor para…
-Por favor. Solo quiero que sea como antes… Solo una vez más.
-Vale. – Siempre sabías como hacer para salirte con la tuya. Y aunque no lo dijese a mi también me gustaba que te hubieses escapado… Que te hubieses escapado y me pidieses eso… Con esas mismas palabras, que me pidieses que todo volviese a ser como antes. – Voy a ver que encuentro por aquí… Este pijama es de cuando estaba más delgado… Aún así creo que te quedará grande…
-No me importa… No lo necesito… Antes tampoco los usábamos… Acuéstate. No hace falta que esperes por mi.
-De acuerdo… - Estaba nervioso aunque me costase reconocerlo. Me acosté. Tú apagaste las luces y empezaste a desnudarte. Poco a poco te fuiste quitando toda la ropa.
-¿Te acuerdas…?
-¿De qué?
-Yo aquí de pie y tu ahí tumbado. Como antes.
-Si. - No era capaz de decir nada más. Mi corazón iba a mil. Te metiste entonces en la cama. Completamente desnudo. Completamente helado. Me abrazaste como solo tú sabías. Me abrazaste como si nunca fueses a soltarme.
-¿No te molesta?
-¿El qué? – Tardé en contestar. Estaba completamente aturdido. No podía controlar mis nervios… Mi corazón solo gritaba tu nombre…
-La ropa. No te molesta. Si quieres yo…
-Cla… claro.
-Te sigues poniendo nervioso… – Claro que me seguía poniendo nervioso. Como no iba a hacerlo. Como no iba a estarlo…
-Abrázame… No me sueltes.
-Te echaba de menos. Todos estos años…
-No hables. Solo abrázame.
Todos habían abandonado ya la sala. Las luces apagadas y los coches ya no daban vueltas. Estaba otra vez solo. Había dejado de llover.

WESTERN DE MADRUGADA
La escena se presenta en el interior de un salón del viejo oeste. En su interior todos los presentes están muertos. Todos menos uno. En el suelo, sentado contra la pared un último pistolero permanece todavía con vida. Absorto en su revolver, el pistolero juega con el tambor de su arma, una y otra vez, una y otra vez. Parece como si no fuera consciente del infierno que se ha desatado a su alrededor. De pronto el traqueteo de su arma se detiene. Su mirada sigue fija en su revolver. El arma aún sigue caliente. Siempre le ha gustado el tacto de su arma justo después de disparar, el olor a pólvora que deja en el ambiente, el silbido de la bala rasgando el aire... el sonido que hace cuando por fin da en el blanco y atraviesa la carne. Para él era una experiencia indescriptible; y esa había sido una gran noche. La sangre que se extendía a su alrededor parecía haberlo esquivado, como si la mano del diablo, protegiendo a su servidor, la hubiese apartado de su camino.
Coge su sombrero sin dejar de sostener su arma. Sabe que todavía tiene un último papel que representar esa noche, y pretende sacar hasta la última alabanza del público. Se levanta con la tranquilidad característica de aquellos que saben que el mundo se mueve a su paso. No hay prisa. Nadie entrará por esa puerta e intentará hacerse el héroe. De pocas cosas esta más seguro que de esa. Avanza hacia las los baños. Paso a paso su vista permanece fija en su objetivo. No hay razón por la que deba desviarla. Sabe donde esta su presa. Lo sabe muy bien. Las ratas huyen a esconderse cuando se ven en algún peligro, pero el es experto en encontrar ratas y hacerlas salir.
Esta frente a la puerta. Sabe que esta ahí. Y sabe que esta desarmado. Pagara pronto su imprudencia. Abre la puerta. Hay alguien dentro, agazapado bajo el lavabo. Teme incluso mirarle. Cualquier provocación hará que le mate piensa. Pierde el tiempo, no es a quien busca. Le hace gestos con el arma para que se vaya. Abandona la estancia sin ni siquiera levantar la cabeza sollozando entre dientes "Gracias, gracias, gracias...". Lo ignora. Ni una mirada malgasta. Lo habría matado de haber podido piensa. De haber tenido tan solo una mísera bala lo hubiese echo. No era cierto, él no mataba caprichosamente, solo a quien lo merecía. Es el héroe de la historia después de todo.
Una por una, va derribando las puertas de cada una de las letrinas. Una por una, va descubriendo espacios vacíos. Una por una, hasta que ya solo queda la última. Es la puerta ganadora. Tras ella se encuentra el gran premio: su rata. Se hace un silencio espectral. Recuerden que no le queda bala alguna en su revolver, pero su rata no lo sabe, y piensa aprovechase de su desconocimiento. Su sombra se filtra bajo la puerta, su presa cierra los ojos, es incapaz de soportar la espera. Al fin la puerta se desmorona. Un solo golpe y las bisagras ceden de sus anclajes. Sus sollozos aumentan. Apenas se entienden sus palabras entre tanto balbuceo "Te daré dinero. Todo el mundo quiere dinero. Te pagare lo que quieras...". Se ha equivocado de hombre. Nuestro héroe no es una de esas personas que se dejen comprar por unas simples monedas. "Tengo oro... mucho oro. Y es tuyo". Sus palabras se vuelven sordas al ver que su verdugo esta decidido y no piensa cesar en su empeño.
...
La calle tiene mil ojos. Mil ojos impasibles, mil ojos petrificados... De la puerta del salón hacia afuera se precipita la presa seguida de su cazador. Se aleja arrastrándose marcha atrás, sin siquiera levantarse del suelo. Se le acerca cada vez más. Esta tan solo a cuatro pasos, tres pasos, dos pasos, uno... Pasa de largo. El forajido se dirige hacia uno de los caballos que hay apostados en el abrevadero y desliza sus manos sobre una de las cuerdas que allí reposan. No se molesta en vigilar a su rata. Sabe que no se moverá. Está petrificada por el miedo.
Enrolla un extremo de la cuerda en una mano y repite la acción en la otra, a continuación tira de ella. Debe comprobar que se trata de una buena cuerda. "Sería vergonzoso que se rompiese en plena faena", piensa para si. Su presa sigue quieta. Su voz se ha roto. Es como si supiese lo que estaba a punto de pasar. Ata sus muñecas. Bien fuerte. Que no se suelte. No se resiste. Lo arrastra.
-¿Cual es su caballo?
Un simple gesto de cabeza acompaña a sus palabras, unas palabras sin fuerza, que se resisten a salir de sus labios.
-El blanco...
-Buen caballo.- Se acerca al animal. Lo acaricia suavemente mientras coge su cabeza entre sus manos.- Muy bonito.
Los heroes de verdad son amantes de los animales, y ese era un buen animal. Coge el extremo libre de la soga y lo ata con cuidado a la silla de montar. Los héroes tampoco dañan a los animales, eso sería algo que jamás se perdonaría nuestro protagonista.
-Sabias que si a un perro le lanzas un hueso ese perro permanecerá fiel a ti toda la vida... Comprobemos si has dado suficientes huesos a este caballo.- Y diciendo esto golpeo a solemne animal en los cuartos traseros, saliendo este corriendo y llevándose consigo a su viejo dueño.
A nuestro héroe ya solo le quedaba abandonar el pueblo entre miradas de terror e impotencia. Nadie saldría a su encuentro. Nadie a pesar de que ya no le quedaban balas. Nadie a pesar de que, si no fuese por que estaba sujeto a su caballo, se desplomaría en el acto.
Esa noche más de uno afirmaría haber estado en presencia del mismo diablo, más de uno habría jurado que nadie ni nada hubiesen podido matarlo. Lo que ellos no sabían entonces y yo si se ahora, es que nuestro héroe murió aquella noche. Al final su compasión fue su perdición. Y aquel muchacho que se agazapaba tras el lavabo su verdugo.